Han pasado 156 años de la batalla de Curupaytí, un acto bélico que dejó la impronta del esplendor guerrero donde cuatro pueblos hermanos separados por la fatalidad del destino, escribieron la página más sangrienta de la epopeya americana.
Hoy rendimos homenaje a esos hombres, a esos soldados profesionales, donde en esta batalla hicieron culto sublime al valor y al desprecio por la vida.
El número de bajas de combate que se produjeron en dos o tres horas transforman a las cifras en una verdadera inmolación, histórica y tal vez inigualable.
Cada hombre que en esas escasas horas, cumpliendo con las órdenes, se lanzaba hacia las posiciones, tenía pleno conocimiento que el fin casa previsible y cercano del asalto era la muerte.
El presagio era inevitable, durante los momentos previos a la batalla todos sabían que iban a morir.
El Capitán Sarmiento, aprovechó la mañana anterior para dirigir su último mensaje a su madre, pleno de ejemplar idealismo, similar al que alentaba a los jóvenes del Ejército Argentino, con serenidad y elevado espíritu, como presagiando su destino:
“La guerra es un juego de azar; puede la fortuna sonreir o abandonar al que se expone al plomo enemigo. Si las visiones, que nadie llama y que ellas solas vienen a adormecer las duras fatigas, dan la seguridad en la vida que ellas pintan; si halagadores presentimientos que atraen para más adelante; si la ambición de un destino brillante que yo me forjo, son bastantes para dar tranquilidad al ánimo serenado por la santa misión de defender a su Patria, yo tengo fe en mí mismo, fe firme y perpetua en mi camino. ¿Qué es la fe? No puedo explicármelo, pero me basta.
Más si lo que tengo por presentimientos son ilusiones destinadas a desvanecerse ante la metralla de Curupaytí o de Humaitá, no sientas mi pérdida hasta el punto de sucumbir bajo la pesadumbre del dolor.
Morir por su Patria es dar a nuestro nombre un brillo que nada borrará; y nunca jamás fue digna la mujer que cuando con estoica resignación envía a las batallas al hijo de sus entrañas. Las madres argentinas transmitirán a las generaciones el legado de la abnegación y del sacrificio. Pero dejemos aquí estas líneas, que un exceso de cariño me suponer letras póstumas.
Septiembre 22 de 1866: Son las 10: las balas de grueso calibre estallan sobre el Batallón. ¡Salud, mi madre!”.
Al respecto dice Garmendia: “Vi a Sarmiento muerto, conducido en una manta por cuatro soldados heridos: aquella faz lívida, llena de lodo, tenía el aspecto brutal de la muerte. No brillaba ya esplendorosa, la noble inteligencia que en vida bañó su frente tan noble; apreté su mano helada y siguió su marcha ese convoy fúnebre que tenía por séquito el dolor y la agonía”.
Este hecho bélico marcó a toda una generación de jóvenes que ofrendaron sus vidas en la defensa del Pabellón Nacional. Muchos de ellos -aún estudiantes- se alistaron en el Ejército y, fieles a sus ideales nacionalistas, marcharon para combatir en tierras guaraníes, dejando todo, hasta sus propias vidas.
La batalla de Curupaytí es la mayor muestra del coraje colectivo de la historia del Ejército Argentino, pues dieciséis de los dieciséis Jefes de los Batallones que participaron cayeron en batalla.
Curupaytí, por más de una circunstancia, es la batalla más trascendental que ha tenido lugar en la pasada guerra. Pues ella, fue la batalla que materializó el conjunto de heroicidades y abnegaciones, sufrimientos y sacrificios, gestos de audacia, resistencia y tenacidad, de aquellos próceres que hicieron el culto al honor y a valor, cuando la Patria necesitaba de su sangre generosa, para el engrandecimiento de nuestra Nación.
Coronel (R) Gustavo Ángel Schiavo.
Director de la Biblioteca Nacional Militar del Círculo.
Fuentes Consultadas:
Ruiz Moreno, Isidoro J. (2008). Campañas Militares Argentinas. La política y la guerra. Guerra exterior y luchas internas (1865-1874), 1ra Edición, Buenos Aires: Editorial Claridad, tomo 4.
Maffey, Alberto. (2001). Crónica de las Grandes Batallas del Ejército Argentino, Buenos Aires: Círculo Militar.
